Al caer la tarde, nos acercamos al puente,
me acomodo a la orilla del caudal,
manto de seda sinuoso, serpenteando
a través del brillo de los
oscuros guijarros,
La menta y la hierba fresca endulzan el aire.
Huele a nardos esta tarde sin luna.
Erico se allega y se sienta en otra piedra,
observamos el río de reflejos dorados.
Un mirlo de pecho blanco nos reta de frente,
Osado, nos permite su visión un buen rato,
Hasta que, exacto y veloz, vuela hasta su nido,
en una grieta del muro del puente.
La noche asoma entre el rojizo cielo,
recogen los aperos los que pescaban,
nos levantamos de los inestables asientos
no sin cierta dificultad y falta de equilibrio,
el tiempo no pasa en balde.
Alegres, nos dirigimos al bar de Josemi.
En la copa del chopo, jubilosamente,
las cigüeñas ponen castañuelas a la noche.
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