sábado, 12 de junio de 2021

LA LUZ DE NARCISO

De vuelta a casa, ya lejos del bullicio,

de la luz inclemente,  del frenesí,

amparada en el silencio de peñas,

prados y montes, me recobro y evoco

las horas pasadas bajo la luz de Narciso.

Fue  él quien convocó a los oficiantes.

Su pueblo, entre paramos y exiguo,

de  disposición angosta  y exacta,

con muros de adobe, cal y madera,

luce al sol de la mañana de julio.

El corral del Museo transformado

en aula, alberga la celebración.

De trazo antiguo, el lugar posee

la belleza de los claustros y patios,

su sombra, su misterio, su recogimiento.

Entre sus muros afloran vidas arcaicas,

un espacio de luz tan limpia y estricta

que aporta veracidad a las formas,

luz caprichosa, cuando roza los arboles

estremecidos por la suave brisa.

Me desnudo y comienza la liturgia,

revuelo de caballetes a mi alrededor,

el silencio se apodera  del lugar,

únicamente  la voz del maestro

y el eco del lápiz, lo quiebran.

Ojala que el sigilo, el embrujo del instante,

consienta en avivar la mirada interior,

ver más allá de la medida de mi piel,

descubrir y atisbar secretos del cosmos.

Me fascina el milagro de la vida.

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