Erguido en su atalaya contempla el mundo.
El talante alegre, sereno y atento.
De caminos y veredas cosecha horizontes,
de calles y plazas, callejeando al trote,
palabras al vuelo de gente del pueblo.
Enfila la cuesta de casa y aviva el trote,
los cascos repican sobre el empedrado.
Mi madre lo escucha: “Ya viene tu padre”.
Salimos a la acera por verle llegar.
Ya a nuestro lado, baja de la mula
contento de vernos, la fatiga en su cara.